domingo, 1 de noviembre de 2009

Odiar desde las gradas

Dicen que odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia. Es posible, pero yo creo que todos necesitamos odiar a alguien, aunque sólo sea un poco. Al vecino de arriba que arrastra los muebles los domingos por la mañana. A las ancianas que taponan las aceras y nos impiden el paso. A los que no son como nosotros, porque no son como nosotros. Si tuviéramos que obedecer a nuestros instintos cada vez que alguien perturba nuestra calma, seguramente a estas alturas poca gente conservaría todas sus piezas dentales.

La violencia es inherente al ser humano, forma parte de nuestra naturaleza. Pero, como queremos ser ciudadanos cívicos, debemos aprender a canalizarla. Debemos proyectar nuestra agresividad innata de una forma ordenada, organizada, satisfaciendo nuestros instintos sin acabar demasiado malparados. Y si podemos divertirnos y / o emborracharnos al mismo tiempo, mejor que mejor.


En este sentido, el deporte cumple una importante función social. Nos permite odiar al otro sin demasiadas consecuencias (aunque siempre hay excepciones) y canaliza nuestros más bajos instintos de una forma civilizada. Con el deporte podemos enfrentarnos a nuestros enemigos, pero de una forma menos directa y nociva que si lo hiciéramos personalmente. Al fin y al cabo, no somos más que animales violentos. Animales violentos que juegan a fútbol.

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