lunes, 28 de diciembre de 2009

GRAN HERMANO UNIVERSAL

Es el destino de nuestro mundo “avanzado” convertirse en un Gran Hermano a escala universal? Está justificado/es necesario instalar cámaras de seguridad en la vía pública? ¿Aportaran estas más seguridades o menos intimidad?

Hace tres años que trabajo en un periódico comarcal, y hace tres meses fui a un pleno del ayuntamiento un tanto controvertido. En él se ha aprobó (¡por unanimidad!) la instalación de cámaras de vigilancia en el parque Pau Casals. Dicen que allí los jóvenes hacemos botellón y que incluso algunos hacen carreras de motos.

Hasta aquí, parece más o menos lógico.

Pero ... y si les digo que la comisaría de la policía local está a tan sólo 100 metros de este parque? Entonces, bajo mi criterio, es un auténtico abuso y un claro ejemplo de incompetencia e ineficacia policial. No creen que podríamos evitar vivir en una caja de cristal con tan sólo, en este caso, más atención policial?

Y aun otro apunte más. Y es que hoy estoy que muerdo. El pleno que lo aprobó fue hace 3 meses, pero justo hoy han instalado las cámaras en el parque. Y imaginen mi sorpresa cuando esta mañana me doy cuenta de que una de ellas, está enfocada a la ventana de mi comedor.

?!¿?!¿!?¿!?

A partir de ahora brindaré cada noche por una administración más competente y menos autoritaria. A ver si se dan por aludidos.
Laia Framis Amatllé

Intimidad vs Seguridad

Habla Larsson en sus libros de un avance del poder del estado sobre el derecho a la intimidad personal en defensa, precisamente, de los derechos y libertades de los ciudadanos. En su famosa trilogía, el sueco desgrana la sociedad policial en la que vivimos a través de Michael Blomkvist, un periodista adinerado e inconformista que lucha contra las injusticias, y de Lisbeth Salander, una muchacha delgada y violenta que va a contracorriente. Juntos, los dos protagonistas se enfrentan a las grietas de un estado informatizado y corrupto donde intimidad y libertad son poco más que 8 letras escritas en un papel.

Bajando un poco el nivel y pisando tierra, esta intrusión del estado en nuestra privacidad con la excusa de mejorar nuestra seguridad me ha recordado a la situación que desde 2001 se vive en los aeropuertos internacionales.

El atentado de las torres gemelas fue el inicio de una serie de aberraciones contra los derechos de los pasajeros que dista mucho de terminar. Desde el 11 de septiembre, no poder transportar más de 300 ml de líquido o tener que quitarse las botas para pasar el arco de seguridad es de lo más habitual en nuestros aeropuertos, entre otras muchas jilipoyeces.
Pero lo que ya me parece el colmo, es la máquina que están testando algunos estados americanos y también algunos de la UE. Se trata de un aparato de rayos X que permite ver desnudas a las personas con el fin de detectar dispositivos no metálicos así como posibles armas o explosivos ocultos adosados en el cuerpo.
Aberrante. No se me ocurre más adiente descripción. Soy consciente de que vivimos en la cultura del miedo, pero tal humillación con la excusa de la seguridad me parece totalmente intolerante. Y ya de paso, inútil. Desde la antigüedad el poder ha inventado triquiñuelas para evitar el fraude y el crimen, pero los fraudulentos y los criminales siempre han encontrado el modo de sobrepasar los muros que se les ha ido interponiendo. ¿Qué les hace pensar que hacernos fotos en pelotas es la solución definitiva?
Laia Framis

domingo, 6 de diciembre de 2009

Presos del pánico


Cámaras filmándonos en los cajeros, detectores de metales en los aeropuertos y personal de seguridad en todas partes: desde las grandes superficies hasta el transporte público, pasando por discotecas, empresas o museos. El mensaje es claro: cualquiera de nosotros puede atentar contra la seguridad y el equilibrio de la sociedad, así que mejor será prevenir.

Nos movemos hacia un mundo más seguro, que nos ofrece una protección durante las 24 horas del día, los 365 días del año. El Estado y las empresas privadas velan por nosotros en todo momento, para que no roben en nuestros bancos, en nuestras casas, para que nadie nos haga daño. Resulta curioso. Desde nuestra propia comunidad se nos intenta proteger de la gente que la integra. Al menos, de una parte de ella, a la que conviene tener bajo control.

¿Es nuestro mundo una cárcel? Es posible. Tal vez no haya rejas, pero en ocasiones podemos llegar a sentirnos como presidiarios. Vigilan nuestros movimientos en cualquier parte y hasta poseemos un documento que nos identifica y con el que el Estado puede saber cómo nos llamamos, cuándo nacimos y dónde vivimos. Tanta seguridad me hace sentir insegura. ¿De verdad hay tantos peligros rodeándonos?

viernes, 4 de diciembre de 2009

Que no nos encarcelen


Dije que no puede ser, por guillotinar el derecho a la privacidad. Que el Estado de Derecho no puede de ningún modo convertirse en un voyeur omnipresente, que todo lo ve y todo lo escucha. Que no puede infiltrarse en nuestro disco duro en busca de carroña ni espiar nuestras conversaciones telefónicas con la boca cerrada. Pues no puede robar la intimidad a los ciudadanos a la mínima ocasión, en aras de la seguridad.

Lo reafirmo. No puede ser que así sea. Y ahora añado que además no creo que suceda. No creo que el siglo XXI se convierta en una cárcel de cristal en la que cada uno de nosotros sea sin saberlo un reo que anda por ahí suelto con libertad vigilada y bajo fianza, la fianza de nuestra intimidad. No, no creo que eso ocurra, pues no en vano se luchó, años atrás y con tanto esfuerzo, para conseguir los derechos de los que ahora disponemos. Dudo que el mundo entero acatase, sin inmutarse, vivir día tras día en un Gran Hermano Policial a escala planetaria. Nos rebelaríamos en la defensa de ese derecho que nuestra Constitución recoge y reivindicaríamos que, de nuevo, nadie fuese “objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada”.

No. No creo que el mundo se convierta en un gran queso gruyer perforado con cientos de agujeros por los que espiar al prójimo cuando a uno le apetezca, pues no es compatible esa persecución extrema con la democracia. Pero lo intentarán, un micro aquí y otro allá…

Habrá que luchar para evitarlo. Y si al final nos consiguen encarcelar en una gran caja de cristal habrá que zarandearla hasta que se rompa a pedazos o cambiar cada una de sus cuatro paredes… por vidrios tintados.

Blanca Mendiguren

martes, 1 de diciembre de 2009

Entre Pippi Langstrump y Lara Croft... Lisbeth Salander


La ultramoderna Pippi Calzaslargas es rara, nunca da explicaciones sobre sí misma, su estética es una mezcla entre punk y gótica. Es tan pequeña y baja que parece una anoréxica de quince años. Tiene toda la cara perforada con piercings y otros repartidos por el cuerpo que combinan con los tatuajes.


Es una fumadora empedernida y con tendencias bisexuales que posee una inteligencia extraordinaria y memoria fotográfica. Lisbeth Salander ha sido descrita como antisocial, violenta, que ha sido prostituta, practica el sadomasoquismo y padece trastornos mentales de envergadura. Posee una fría comprensión y aceptación de la realidad; porque siempre toca de pies en el suelo; porque cree que sobrevivir implica mantener unos valores morales intocables. Durante su adolescencia y juventud tuvo problemas emocionales. Fruto de esos traumas de juventud, Salander siente también un odio patológico hacia los hombres que maltratan a las mujeres y no duda en utilizar contra ellos la violencia más extrema.


Todo un repertorio de cualidades que nos hacen preguntar qué tiene Lisbeth Salander para enganchar tanto y ser el ídolo de masas de millones de lectores. Salander es la nueva heroína (en los dos sentidos de la palabra) y una auténtica bomba. Stieg Larsson ha sabido crear el personaje perfecto para que la gente se sienta identificada, en muchas de las situaciones que vive Lisbeth, con este personaje tan peculiar y fuera de lo común en la literatura europea.

Sandra Fontanet

lunes, 30 de noviembre de 2009

Seguridad... aterradora

Si no es la gripe A, son los violadores, los ladrones o los asesinos en serie. Siempre, siempre hay algo o alguien acechando dispuesto a hacernos daño. Por suerte para nosotros, también parece haber el mismo interés, por parte del Estado, por protegernos de todas estas y otras amenazas. La cárcel, vacunas, cámaras de seguridad e incluso indemnizaciones millonarias, en el caso de llegar demasiado tarde. Todo parece estar planificado a la perfección, cubriendo todos los flancos posibles. Aunque en la realidad, no todo es tan perfecto.

Todo es susceptible de ser mejorado. Podríamos contar con unas fuerzas del orden que impusieran más orden y que se ocuparan de lo que realmente preocupa a la población, podríamos tener unos políticos que defendieran lo que le importa de verdad a los ciudadanos, podríamos, entre todos, construir un mundo mejor. Stieg Larsson, en su trilogía Millenium, propone cambiar la sociedad sueca mediante una intromisión del Estado en la esfera privada de las personas. El Estado protegería al ciudadano de todo aquello que pudiera dañarlo, incluso de sí mismo: de los políticos corruptos, de los funcionarios perversos o de los servicios públicos que no cumplen con su cometido. ¿El precio a pagar? Una exposición de la intimidad a la que no todos estarían dispuestos.

El caso sueco puede aplicarse a cualquier país. Al fin y al cabo, en todas partes hay polvo que barrer. Sin embargo, ¿es la que propone Larsson la forma más eficaz de proceder? ¿La intimidad del ciudadano ha de sacrificarse hasta el extremo para garantizar su propia seguridad? ¿Y en qué manos dejaremos toda esa información? Si el Estado es corrupto, no es el mejor candidato. Y, en cuanto a las instituciones privadas, seguramente deberían hacer frente a chantajes, sobornos o incluso amenazas de partes interesadas en hacerse con datos tan valiosos. Por supuesto, la seguridad de las personas debería ser un asunto primordial en el Estado, pero no creo que deba conseguirse a toda costa, utilizando cualquier medio posible, vulnerando incluso los derechos de los propios ciudadanos. Una seguridad así resultaría aterradora.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Hacia una intimidad... ¿pública?

Nos vigilan. A todas horas. En la calle, en el metro, en el banco, en la biblioteca o en la perfumería. Decenas de cámaras quietas y silenciosas graban cada uno de nuestros movimientos sin que nos demos ni cuenta. Se quedan con nuestro cuerpo convertido en imagen. Es necesario, nuestra seguridad depende de ello. Así se evitan atracos, violaciones y robos. Digamos que uno se lo piensa dos veces antes de delinquir.

Aunque, por suerte, nuestra voz sigue siendo sólo nuestra. Pero… ¿y si algún día deja de serlo? ¿Y si llega el día en el que la policía pueda grabar nuestras conversaciones telefónicas cuando lo considere oportuno en pro de la seguridad y sin necesidad de orden judicial? ¿Y si además pudiera entrar en el corazón de nuestros ordenadores para hurgar entre las montañas de carpetas? Nos volveríamos paranoicos, maníaco-obsesivos. Pensaríamos que ahora, en este mismo momento, alguien podría estar enterándose de nuestros más ocultos secretos. No nos atreveríamos a hablar por teléfono de nada interesante y desearíamos que cada e-mail enviado se autodestruyera cinco segundos después de haber sido leído.

No. El Estado de Derecho no puede adentrarse a espadazos en la intimidad de sus ciudadanos. No puede disfrazarse de Lisbeth Salander e infiltrarse en la privacidad de cualquiera motivado por una simple sospecha. De ser así, el ejército de la corrupción hincharía sus filas con nuevos reclutas, pues el chantaje se convertiría en un hábito. La práctica del “sé tal cosa sobre ti, dame tanto y callo” sería el nuevo hobby, que en lugar de protección traería consigo más inseguridad y desconfianza.

El Estado ha de luchar con todas sus energías para dar caza a la delincuencia y al terrorismo, pero no a cualquier precio. El fin, NO justifica los medios. Para salvar nuestras vidas no hay que pasar por la guillotina nuestros derechos y libertades.

Blanca Mendiguren

sábado, 28 de noviembre de 2009

Lisbeth Salander

Independiente. Violenta. Víctima. Inexpresiva. Heroína. Bisexual. Libre. Personaje de cómico. Oscura. Masculina. Asocial. Superviviente. Idealista. Andrógena. Leal. Ética. Perturbada. Sensible. Traumatizada. Luchadora. Sacrificada. Mordaz. Rencorosa. Analista. Inteligente. Inflexible. Rara. Prudente. Íntegra. Autodidacta. Reservada. Hija del caos. Moral. Justiciera. Auténtica. Superdotada. Nada empática. Ciega emocional. Inadaptada. Indiferente. Individualista. Inmoral. Maltratada. Atractiva. Entrañable. Acorazada. Extraña. Misteriosa. Justiciera. Superviviente. Activista. Comprometida. Resiliente. Eficaz. Cerrada. Introvertida. Huidiza. Transgresora. Rara. Punki. Menuda. Inflexible. Incomprendida. Racional. Temida. Salvaje. Brillante. Solitaria. Ávida. Rebelde. Raquítica. Ingeniosa. Feminista. Fuerte. Rápida. Desconfiada.

Lisbeth Salander es lo que en inglés se define como un “meeting pot”. Una mezcla tan variada, completa y perfecta que resulta casi imposible distinguir sus ingredientes.
Se ha dicho que a Lisbeth Salander se la ama o se la odia. Quizá. Pero creo que, para decidir, primero deberíamos entenderla.

Laia Framis

martes, 17 de noviembre de 2009

El maravilloso espectáculo del fútbol

Siempre lo mismo. Al día siguiente de un partido de fútbol (normalmente) aparece una noticia en televisión explicando alguna clase de altercado violento entre los hinchas. Todas las aficiones de este país, e incluso me atrevería a decir del mundo, tienen una forma extraña de celebrar el triunfo de sus equipos. Sus celebraciones más habituales son palizas, insultos, navajazos y así, hasta un repertorio completo de actos violentos.

Lo más triste es que siempre acaba pagándolo algún “desgraciado” que ha ido a disfrutar de una tarde de fútbol y termina la jornada en la camilla de algún hospital. No creo que sea justo tampoco culpar al equipo en sí ni a sus seguidores, ya que creo que aquellos que se refugian en el fútbol ( normalmente es el deporte donde más veces se suelen dar los casos), ni siquiera les gusta el fútbol e incluso creo que no serían capaces de recordar más de cinco nombres de los jugadores de su equipo. Estas son personas que se refugian en el interior de la celebración de las masas para poder convertirse en el Mister Hyde que en su vida diaria no saca. Y es que no entiendo como estos acontecimientos suelen ocurrir casi siempre en encuentros futbolísticos, es más, el 95% de los partidos se ha saldado con algún tipo de incidentes.

De todas formas es conveniente que el problema no es del deporte en sí, ni en las personas que les gusta y acuden a sus espectáculos, ya que esto es una forma de ocio y de entretenimiento. El problema está en aquellos que utilizan los espectáculos deportivos para poder esconderse entre las masas de gente y desde allí atacar violentamente contra cualquiera, solo por el deseo de practicar la violencia pura.

Sandra Fontanet

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Salander, marca registrada

Salander es la anti-efectiva, quiere poco y se deja querer menos. No es que no tenga corazón (porqué de tenerlo lo tiene, esto está seguro), sino que más bien no sabe utilizarlo y es por eso que teme acercarse a los que le prestan atención. Pertenece a ese grupo de personas a las que la vida les ha tratado peor que mal y, por consecuencia, no ha levantado cabeza por mucho que se muestre salvaje, feroz, fuerte y valiente. La pequeña hacker no teme a los mafiosos, a los ladrones ni a la soledad, pero sin embargo teme a los sentimientos y se horroriza ante la idea de sentirse apreciada o, lo que es peor, apreciar. Salander es un trozo de hielo que arde por dentro, un golpe de piedra, lo que nadie nunca quisiera ser.

Lisbeth es el odio y el resentimiento personificado hacia todos aquellos que abusan, infravaloran y condenan a las mujeres. Lapida con la mirada a todos los que cree sospechosos de tirar la piedra y esconder la mano, les descubre y les hace sufrir sus respectivos actos multiplicándolos por mil. Y es que ningún lector creo que quisiera ser su enemigo o pasar por alguno de sus castigos después de ver como acabó la barriga de Bjurman.

Aún así lo que me transmite la misteriosa Salander es algo ambiguo, contradictorio. Por una parte me da pena y siento lástima por ella, pero por otro lado la admiro: vive la vida a su manera.


Laura Casals

domingo, 8 de noviembre de 2009

La heroína que pesaba 42 kilos

Hacker, menuda, rebelde, andrógina, bisexual, feminista, inadaptada y vengativa, además de todo un auténtico fenómeno de masas. Ha conquistado a millones de lectores en todo el mundo y es para muchos el principal atractivo de la trilogía Millenium. Con un carácter violento y una escasa habilidad para relacionarse con los demás, la particular heroína de Stieg Larsson cuenta con un nutrido séquito de admiradores deseosos de acompañarla en sus aventuras. ¿Qué tendrá Lisbeth Salander?



La solitaria investigadora de Milton Security está inspirada, tal y como afirma su creador, en Pippi Calzaslargas, el popular personaje creado por Astrid Lindgren. Ambas son rebeldes y extravagantes, viven aisladas de la sociedad que las rodea y cuentan con un código moral y de conducta propio. Kurdo Baksi, el amigo del alma de Stieg Larsson, señala que Salander es como Pippi, “pero con una parte de Madre Teresa y otra de guerrillero kurdo”.

Llena de piercings, tatuajes y con un armario repleto de pantalones pitillo negros, Lisbeth actúa como una suerte de justiciera, castigando a aquellos hombres que no aman a las mujeres. Delgada, pero no frágil, es una feminista vengativa, una víctima no victimista, que, en palabras de su autor, tiene “el cuerpo de una mujer con la fuerza de un hombre”. Valiente y decidida, es capaz de hacer cualquier cosa para defenderse de aquellos que tratan de herirla, sin pararse a pensar demasiado en las consecuencias que sus actos puedan acarrear. Lisbeth no necesita a príncipes azules que la rescaten. Sus agallas y sus 42 kilos de peso le bastan.

La chica a la que robaron su infancia


Al nacer, no nos dejan elegir cómo queremos ser. La apariencia y la personalidad de todo ser humano están determinadas por lo que en nuestros genes está escrito. Pero en nuestro proceso de formación, física y psíquica, también influye en gran medida la realidad que nos rodea.

Arisca, desconfiada, antisocial y vengativa. Lisbeth Salander no encaja exactamente con el prototipo de persona ejemplar cuya conducta es todo un modelo a seguir. Pero ¿cómo hacerlo si no recibió jamás una muestra de cariño? ¿Si pasó su infancia entera presenciando las palizas que su padre le propinaba sistemáticamente a su madre, y su adolescencia internada en un centro psiquiátrico dirigido por una panda de locos?

Ni es una demente asesina múltiple ni una lesbiana satánica. Lisbeth Salander simplemente es una chica que el mundo no se molestó en entender. Sus respuestas ofensivas, su actitud desafiante y sus impulsos violentos no son más que un mecanismo de defensa que tiene siempre activado para que nadie pueda, ni quiera, congeniar con ella. Congeniar significaría tener acceso directo a sus sentimientos. Y eso podría suponer volver a sufrir.

Si hubiera nacido en otra familia, quizás habría pasado una bonita infancia jugando con Pin y Pon o soñando con ser princesa, y ahora sería una ciudadana “normal”. Pero no, Lisbeth ha tenido que luchar mucho, hacerse a sí misma. En realidad no es más que una mujer encerrada en un cuerpo de niña que necesita dosis de amor, cariño y amistad, en abundancia y con urgencia.

Necesita romper de una vez por todas ese caparazón tras el que se esconde, no silenciar más sus sentimientos y dejarse querer por los que la aceptan tal y como es.


Blanca Mendiguren

sábado, 7 de noviembre de 2009

Espectacularmente violento

He matado a un compañero de trabajo mientras escuchaba Phil Collins. He comido brochetas de champiñones y mejillas humanas en medio del bosque. He acabado con aquellos que me traicionaron. He pegado a desconocidos en peleas clandestinas. Y no siento ni un ápice de arrepentimiento.


Es un hecho. Bueno o malo, pero inevitable. La violencia es inherente al ser humano. Y el cine nos la presenta como un espectáculo: ¿la está banalizando o nos ayuda a canalizarla? En mi humilde y pacífica opinión, el cine nos brinda la oportunidad de sufrir en la piel de las víctimas y experimentar el horror de la mano de aquellos que la ejercen. Damos salida a nuestros instintos, experimentamos a través de los personajes, viviendo situaciones con las que, probablemente, nunca llegaremos a encontrarnos en nuestra vida cotidiana.

Y es que necesitamos la violencia, y el cine es un excelente mecanismo para sentirla, aunque no sea de una forma totalmente real. Gracias al séptimo arte, podemos dejar de ser nosotros para convertirnos en psicópatas asesinos, caníbales refinados, extorsionadores sin escrúpulos o agresivos esquizofrénicos…siempre y cuando sólo sea durante un par de horas.

Futbol vs arbitraje

En la escuela oficial de árbitros:

-Buenas tardes. Venía a preguntar cómo puedo inscribirme.
-Perfecto. Un momento, que aviso a mi compañero. Miqueeeeel! Ven a coger los datos de este hijo de puta!
-¿Disculpe? Yo no soy ningún hijo de puta!
-Nada, nada, Miquel. No hace falta que vengas, que este no sirve para árbitro…


No es solamente un chiste. Es la cruda realidad. Hace poco tomaba un café con un amigo que hace años que es árbitro de futbol, y me comentó que lo dejaba. Pregunta obligada: ¿Por qué? - Los chavales me encantan, sienten el deporte, pero estoy harto de los padres, me dijo.

Lamentable. Y es que lo decía en serio.

Todos sabemos el trato que recibe el árbitro en un campo de futbol. La violencia y el estrés se palpan en el ambiente. Las agresiones, mayor pero no únicamente verbales, ya se consideran tradición. El árbitro, juez frecuentemente convertido en verdugo sin quererlo, es insultado, amenazado e incluso agredido, asumiendo un protagonismo que no busca.

Qué pensarían de alguien que explicara a su hijo que puede robar si no le ven? Se horrorizarían, verdad? Pues plantéense cual es la diferencia entre esto y que un jugador sea aclamado por un estadio después de marcar un gol con la mano cuando el árbitro no está atento. El fin, que en este caso es ganar, nunca justifica los medios.

Las situaciones que se dan en los campos de futbol amateur son, demasiado frecuentemente, lamentables. Padres, hermanos y amigos insultan al árbitro desde las gradas cuando este amonesta a un chaval que ha pateado a otro, o cualquiera otra chorrada. No hacen falta excusas.

Considero que el deporte debería ser bandera de los grandes valores que dan sentido a la vida, entre ellos el respeto y la solidaridad, y que deberíamos educar a nuestros hijos con la palabra. Al fin y al cabo, ellos son nuestro reflejo, y si los adultos tenemos este comportamiento ¿qué futuro nos espera?


Laia Framis Amatllé

violencia deportiva

Competir y luchar y luchar para competir, e aquí una de las dinámicas que pervive des del inicio de los tiempos. Desde siempre los humanos hemos intentado ser mejores que los que nos rodean por varios motivos, entre los cuales encontramos la supervivencia o el “simple” afán de demostrar el grado de superioridad sobre los otros. Y ya no nos basta combatir para ganarnos el pan, ahora también nos enfrontamos por vicio. Por vicio y por ocio, aunque muchas veces estos acaben siendo lo mismo.

Algo tan natural como el deporte se ha convertido en un escenario ideal para que muchos colectivos compitan más allá de lo permitido. Aunque no es nada comparable la “guerra” entre los adversarios de la de sus fieles seguidores, rivales contrincantes. Mientras unos compiten en el terreno de juego, muchos otros pelean desde las gradas o desde sus casas. Se sienten los colores y se extrapola a otros campos, se añade la historia, la política, el patriotismo y se alzan banderas. El blanco se convierte en facha, si no eres del Barça ya no eres buen catalán y si no defiendes tu selección (como si todo el mundo tuviera que tenerla) no mereces vivir donde vives. Y mientras los que, hipnotizados (según mi opinión), guerrean hasta el final para defender los colores, otros sudan camisetas a cambio de fortunas inimaginables. A mí eso si me violenta y me hace subir los colores.

Laura Casals

viernes, 6 de noviembre de 2009

Con estos colores, hasta la muerte


Toda obsesión es enfermiza. Se apodera de cada segundo de tu existencia ocupando hasta el último rincón de tu mente. Llega a convertirse en una creencia, en un ideal hacia el que orientas tu vida y al que te esfuerzas en defender con uñas y dientes. Te conviertes en un obseso, en un fanático, por mucha saliva que inviertas en negarlo. Fanático de las tardes de ases de picas, fichas y dados; o de conseguir llenar y llenar, sin que se rompa el saco.

Y es entonces cuando empiezas a desvariar, a dejar a un lado la cordura y todo pensamiento racional. Serías capaz de cualquier cosa para continuar con tu obsesión. Serías capaz de morir, obsesionado por el cuerpo diez para dejar de enfrentarte cada mañana con la báscula. O de matar, por un himno y unos colores. He aquí el fanatismo deportivo, futbolístico más concretamente, una buena muestra de lo peligroso de escoger los extremos.

Y es que ¿cuántos hinchas de un equipo han pegado palizas a los del contrario? ¿Cuánta gente ha muerto simplemente por vestir una camiseta u otra? ¿Cuántos insultos y peleas han sido la consecuencia de un partido perdido? Me cuesta entender ese grado de identificación con un equipo que en realidad está formado por jugadores de diferentes países del mundo que constantemente “cambian de bando”.

No hemos evolucionado tanto. El fútbol no es más que el nuevo entretenimiento, una de las nuevas obsesiones. El opio del pueblo. Lo que ahora es un estadio de fútbol antes era un circo romano. La diferencia es que ahora no se mata dentro del recinto, sino fuera. Somos más civilizados.

Blanca Mendiguren

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cada 18'' una mujer es maltratada en algún lugar del mundo.


En 2008 se produjeron 102.363 denuncias de malos tratos (74.000 físicos y 24.000 psíquicos), se realizaron 109.906 atestados policiales y se dictaron 41.439 Órdenes de Protección. Lamentable. Penoso. Y eso no es todo.

En los últimos años, las estadísticas Españolas muestran un aumento en los maltratos de las mujeres; no se sabe si es debido a que en los últimos años verdaderamente ha habido más violencia de género en España, si es debido a que la denuncia del maltrato está socialmente más aceptada, o que es más fácil coleccionar este tipo de datos. Pero, ¿qué más da? Los informativos nos devuelven casi diariamente a la realidad: cada 18 segundos una mujer es maltratada en algún lugar del mundo.

La violencia doméstica no es, sin duda alguna, un problema social surgido en la contemporaneidad. Es bien sabido, que su practica estuvo legitimada hasta el fin del franquismo, cuando el Código Civil derogó la potestad conyugal que autorizaba al marido a corregir a la esposa y la obligaba a obedecerle. Aun así, los maltratos conservaron su consideración de fenómeno privado, algo que desgraciadamente sucede en algunos hogares pero que forma parte de la vida privada de las parejas y en lo que, por tanto, no hay que intervenir.

Afortunadamente, las estadísticas de los últimos años manifiestan la imposibilidad de negar la existencia de este grave problema social, que va mucho más allá del concepto de “disputas familiares” y que afecta profundamente las bases de la convivencia entre hombres y mujeres. Y es que para nada se trata de discusiones conyugales, sino de substratos alimentados con falsas creencias sobre el significado de masculinidad, y de la superioridad “natural” de los unos sobre las otras que impone la sociedad patriarcal en que aun vivimos.

En conclusión, pienso que la violencia de género es un problema que ha existido a lo largo de la historia, pero que ahora, por fin, empieza a tomar la relevancia que merece en las políticas de estado (penales, psicológicas, educativas, …) y también en los medios de comunicación. Por ese motivo –visibilidad!-, vemos que cada año aumentan las denuncias. Los casos, lo dudo.
Laia Framis Amatllé

martes, 3 de noviembre de 2009

Martirio legal


Seguramente nadie es capaz de recordar el numero de veces que se ha tenido contacto con la tortura, con mas o menos violencia, con mas o menos implicación en los hechos. Me explico: todos hemos visto decenas de películas en las que por alguna razón u otra se acaba viendo una situación violenta relacionada directa o indirectamente con el acto de la tortura. Todos hemos "torturado" a nuestros hermanos haciéndoles claudicar y pedir nuestro perdón reconociendo nuestra supremacía y cediéndonos el "poder" de cualquier objeto que consideramos nuestro.

La tortura ha sido una practica curiosa, a la vez que macabra, y ha tenido una importancia esencial a lo largo de toda la Edad Media. Por suerte, la tortura finalizó en el siglo XVIII, no obstante todavía sigue vigente en algunos países y en determinadas circunstancias. Por poner algún ejemplo contemporáneo, todos conocemos algunos casos de tortura en Guantánamo, en diversas cárceles sudamericanas, en algunos países centroafricanos o, simplemente, en situaciones en las que se necesita obtener información a cualquier precio. El clímax de la evolución de los métodos e instrumentos de tortura apareció con la Santa Inquisición. No me imagino como alguien puede llegar a inventar tales instrumentos y métodos tan macabros de torturar a las personas como los que se utilizaron durante el periodo de la Inquisición.

La doncella de Hierro era una especie de sarcófago provista de estacas metálicas muy afiladas en su interior, de este modo, a medida que se iba cerrando se clavaban en la carne del cuerpo de la víctima que se encontraba dentro, provocándole una muerte lenta y agónica. El potro, es un instrumento de tortura en el que la víctima, atada de pies y manos con unas cuerdas o cintas de cuero, a los dos extremos de este aparato, era estirada lentamente produciéndole la luxación de todas las articulaciones. Este método, se tiene constancia que se aplicó durante todo el período que duró la Inquisición en los países de Francia y Alemania. La Doncella de Hierro o el Potro son sólo dos de los numerosos instrumentos macabros que causaron tanto dolor y agonía a miles de personas considerados herejes, putas, brujas o homosexuales. La tortura existe desde el inicio de los tiempos y desafortunadamente sigue existiendo, solo que hay que quitarse la venda, abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor.


Sandra Fontanet

De género, Violencia

Había bebido, se puso nervioso, vestía apretado, tenía demasiados amigos y cien excusas más para intentar justificar lo intolerable, lo inmoral, irracional e inaceptable. La violencia de género es noticia cada día aunque no sea un hecho nuevo ni reciente.

Desde siempre aquel que tiene más fuerza ha tendido a mandar sobre el más débil (e aquí una de las leyes no escritas de la selva), aunque otros varios aspectos, digamos no-naturales, han contribuido en remarcar las diferencias entre, por ejemplo, el hombre y la mujer. Sin embargo desde hace pocos años el hecho ha pasado a ser “actual” mediáticamente hablando, sobretodo si la agresión acaba con alguna víctima mortal. Algunos comentan que “es que ahora las mujeres hacen más lo que les da la gana, y así el mundo no puede funcionar”, otros se lamentan y protestan en contra de tales aberraciones, sin embargo otra gran parte de la población ignora el televisor cuando en los informativos se anuncia el delito. La gente se insensibiliza con lo cotidiano, lo que extrañamente ha pasado a ser “normal” ya no se recibe con tanta atención.

Afortunadamente y paralelamente a todo esto el número de denuncias por parte de las víctimas también ha ido en aumento. Ya no solo las más feministas se revelan, sino que cada vez una mayor parte de ellas delatan al maltratador. Sin embargo aún no es suficiente, se necesita un cambio global en la forma de ver las relaciones entre mujeres y hombres, un cuestionamiento de los roles sociales y estereotipos. Estos cambios deben partir de las personas adultas con el objetivo de que se transmitan eficazmente a los más pequeños. Para darle final des del principio.
Laura Casals

lunes, 2 de noviembre de 2009

La maté porque era mía


Enciendes el televisor y siempre lo mismo. Otra víctima de violencia de género. Un hombre que ha matado a su mujer o a su novia porque ella no quiere estar más con él. Un maltratador no necesita más motivos para matar a su pareja. O también está el típico hombre que llega borracho a casa y le da una paliza a su mujer porque sí, porque ella es de su propiedad y punto.

Desgraciadamente, cada día se dan más casos de violencia de género. Aunque también es verdad que sólo conocemos lo que los medios de comunicación nos dan a conocer porque muchas mujeres sufren en silencio los maltratos de sus parejas diariamente. Precisamente, el miedo a que sus parejas puedan llegar a matarlas hace que no denuncien la situación por la que están pasando y prefieren seguir siendo maltratadas e intentar esconder bajo maquillaje moratones y golpes.

No sabría decir exactamente si la violencia de género ha aumentado con los años o no.
Pero lo que sí puedo asegurar es que hace unos cuarenta años atrás lo más normal del mundo era que los hombres dieran una bofetada de vez en cuando a sus mujeres por el simple hecho de “mantenerlas a raya”. Las mujeres callaban y aceptaban, sumisas, los “toques de atención” de sus maridos porque era visto como algo normal y todas las conocidas aguantaban lo mismo. Eso si, parece ser que durante aquellos años los maridos no asesinaban a sus mujeres. Les daban una bofetada de vez en cuando pero no las acababan matando. Hoy en día encontramos dos casos completamente opuestos: las mujeres que cuando a la mínima de percibir violencia de género acuden de inmediato a las autoridades para detener desde raíz el maltrato; o, como hemos dicho anteriormente las mujeres que se callan y sufren en silencio.

Gracias a dios las mujeres han sabido revelarse y poner solución a este problema que cada año se cobra tantas vidas. Pero para que esto pudiera ser completamente perfecto faltaría que ese porcentaje de mujeres que continúan sufriendo los malos tratos tuvieran el valor de denunciar a sus maltratadores.

Sandra Fontanet

domingo, 1 de noviembre de 2009

Odiar desde las gradas

Dicen que odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia. Es posible, pero yo creo que todos necesitamos odiar a alguien, aunque sólo sea un poco. Al vecino de arriba que arrastra los muebles los domingos por la mañana. A las ancianas que taponan las aceras y nos impiden el paso. A los que no son como nosotros, porque no son como nosotros. Si tuviéramos que obedecer a nuestros instintos cada vez que alguien perturba nuestra calma, seguramente a estas alturas poca gente conservaría todas sus piezas dentales.

La violencia es inherente al ser humano, forma parte de nuestra naturaleza. Pero, como queremos ser ciudadanos cívicos, debemos aprender a canalizarla. Debemos proyectar nuestra agresividad innata de una forma ordenada, organizada, satisfaciendo nuestros instintos sin acabar demasiado malparados. Y si podemos divertirnos y / o emborracharnos al mismo tiempo, mejor que mejor.


En este sentido, el deporte cumple una importante función social. Nos permite odiar al otro sin demasiadas consecuencias (aunque siempre hay excepciones) y canaliza nuestros más bajos instintos de una forma civilizada. Con el deporte podemos enfrentarnos a nuestros enemigos, pero de una forma menos directa y nociva que si lo hiciéramos personalmente. Al fin y al cabo, no somos más que animales violentos. Animales violentos que juegan a fútbol.

A la caza de la amenaza



-La he visto invocar al Diablo. Habla en una lengua extraña cuando está a solas, no sabría decirle cuál… Y entiende de magia. Tiene poderes, lo juro. Ayer me la crucé… se me quedó mirando fijamente. Pude notar el odio en sus ojos. Al día siguiente, mi hermana cayó enferma.

-No se preocupe. No hay lugar a dudas. Mañana arderá en la hoguera. Es una condenada bruja.


No hacían falta pruebas, sólo testigos. Unas cuantas palabras bastaban para que alguien acusado de practicar la brujería fuera devorado por el fuego ante la expectante mirada de cientos de curiosos. ¿Qué una vecina no te cae bien? Acúsala de ser bruja; ¿qué sus ideas no encajan con las del Catolicismo? Es una amenaza, seguro que es bruja; ¿qué no quiere acostarse contigo? Definitivamente, ¡la muy pérfida es bruja!


Motivos tan estúpidos como éstos causaron la muerte de miles de mujeres inocentes durante, e incluso mucho después, de la Edad Media. No podían defenderse, pues cualquier argumento que diesen podría ser interpretado como un intento de embrujar al juez con sus palabras envenenadas. Y lo más triste es que fue el poder, religioso y político, el que se aprovechó de la situación. El clero, mediante la Inquisición, lideró la batalla contra todos los herejes, consiguiendo sepultar sus cuerpos y también sus ideales, tan incómodos y difíciles de controlar.


Vaya, ¡qué paradoja! Todas aquellas mujeres, aquellas “brujas”, fueron asesinadas a sangre fría por el mismísimo Demonio.


Blanca Mendiguren

miércoles, 28 de octubre de 2009

Moralidad inmoral e inmoralidad moral

Si la venganza se sirve en un plato frío Salander es la cocinera perfecta de sopas esquimales. Ni perdona ni olvida, la chica lo tiene claro. Y de la misma forma que, cual perfecta hacker, entra en los ordenadores de sus clientes, entra también en las pesadillas de Bjurman des del primer día que decide entrometerse en su misteriosa vida, aunque sin apenas él saberlo... ¿pobrecito?

Nos aterra la idea, nos horroriza imaginarle tatuando la barriga del abogado acosador. Pero nos encanta, nos satisface saber que el malo ha recibido su merecido y nos deleita la forma en la que actúa la protagonista. Leemos, leemos imaginamos y mientras pensamos que tal recompensa es una brutalidad nos maravilla Bjurman atrapado en su propio abuso.

¿Es moral lo que hace Salander?, ¿es inmoral que nos guste?, ¿o simplemente hay un tabú en todo lo que representa el acto vengativo? ¿y si éste se lleva al extremo? La tortura es inmoral, la recompensa moral, la recompensa mediante la tortura es...

Quizás no cabe ética cuando se trata de devolver incordios. Quizás Salander debería haber llamado a la policía y denunciar el hecho, quizás debería haber hablado con Mikel para que le aconsejara dónde dirigirse. Quizás esto hubiera sido lo éticamente y políticamente correcto, aunque quizás no hubiera sido lo más efectivo.

Los actos de Salander son inmorales, no podemos pretender cobrarnos las injusticias de forma propia. Pero repito, a mí personalmente, me fascinó la escena.

Laura Casals

martes, 27 de octubre de 2009

¿Será este el principio del fin?


Ya no es “normal”, ya no es “permisible”. Los medios de comunicación se hacen eco, las instituciones actúan, la sociedad se solidariza. La violencia de género ya no es un asunto doméstico, privado, algo que permanezca únicamente en la casa y en los doloridos miembros de sus víctimas. Sin duda, hay puestas en esta lucha mucho empeño y muchas buenas intenciones pero, ¿son realmente efectivas? ¿Está disminuyendo la violencia hacia las mujeres? ¿O sólo ha aumentado el número de víctimas que se deciden a denunciar?

No es fácil saber con seguridad si hay más o menos violencia de género, ya que se trata de un asunto que muchas veces permanece oculto, silenciado por las propias víctimas. Y si nos basamos en el número de denuncias, los datos que se obtienen no son del todo exactos. Habrá mujeres que denuncien varias veces, mientras que las habrá que no lo hagan nunca, y si además consideramos las denuncias falsas, determinar el número de víctimas se complica todavía más.

En 2004 el número de denuncias por malos tratos ascendía a un total de 57.527, y en 2008 se presentaron 142.125. De estas cifras podría desprenderse que la violencia de género está aumentando, y de forma alarmante, además. Sin embargo, me resulta mucho más esperanzador pensar que lo que está aumentando es el número de mujeres que han decidido tratar de poner fin a su situación, que han empezado a confiar en las leyes, en las instituciones, en la sociedad que las ampara. Que lo que está aumentando es el número de mujeres que han empezado a rebelarse contra su dolorosa realidad, dando ese difícil (por muy simple que parezca) paso adelante para dejar atrás su cotidiana pesadilla.

sábado, 24 de octubre de 2009

Desde tiempos inmemoriales...

No es una mala práctica hija del siglo XXI, ni tampoco un odio latente a lo largo de la historia que ahora ha decidido extenderse entre la sociedad como una plaga. Siempre ha existido y de momento lo sigue haciendo. La violencia de género no es algo nuevo. Lo que sucede es que siempre había estado de puertas (cerradas con llave) para adentro, y es ahora cuando las víctimas, gracias al apoyo institucional, empiezan a atreverse a denunciar su calvario.

Hasta hace relativamente poco, lo que hiciera un hombre con “su” mujer, no incumbía a nadie. Es más, una bofetada de vez en cuando no estaba mal vista, siempre que la esposa “se hubiera portado mal”, pues dejaba claro quién mandaba. Ya en la sociedad griega de la época clásica se pueden observar muestras de machismo en figuras como Pandora, la mujer causante de los males de la humanidad, así como de esa violencia de género tan comúnmente aceptada en grandes obras como la “Íliada”:

«Mas siéntate en silencio y acata mi palabra,
no sea que ni todos los dioses del Olimpo puedan socorrerte cuando yo me acerque y te ponga encima mis inaferrables manos»
(Zeus a Hera en la Ilíada, I, vv. 565-567).


Así que no, no es que ahora haya más violencia de género, lo que sucede es que es ahora cuando se está actuando en contra de los maltratadores porque ya no se concibe a la mujer como una posesión, un objeto sexual cuya única misión es satisfacer los deseos de un hombre. Es ahora cuando se intenta conseguir que las víctimas dejen de serlo. El pensamiento general ha mudado de piel y es ahora cuando no es más hombre aquel que se cree superior a una mujer.

Y es por eso que ahora la sociedad se alza en contra de todos esos hombres que no aman a las mujeres.

Blanca Mendiguren