lunes, 11 de enero de 2010

Opinión

Yo soy de las personas que se apuntó a esta asignatura pensando que se leirían los libros durante los meses de curso y se irían comentando a clase. Soy, por tanto, de las personas que se han leído las mil i pico páginas de Millenium en poco más de mes y medio. Un mes y medio de lectura apasionante y realmente cautivadora -aunque no nos engañemos, un poco apresurada-.

Y de aquí mi crítica, José María. El principal motivo por el que elegí la asignatura era porqué disfruté con sus clases de primero donde usted desgranaba cada minucia de la historia de la comunicación con detalle y ejemplificación, gran sentido del humor, fina ironía y también pura concreción.

Y eso es quizá lo que he echado en falta en esta asignatura. Un poco más de detalle, de concreción, de análisis y de mirada crítica y sabia de la novela de Stieg Larson. Esperaba un poco más de tercer ojo crítico que profundizara más en el trasfondo rompecabezas de Millenium.

Aun así, debo reconocer que los datos aportados en clase, aunque distaran de lo que yo imaginaba, eran también de gran interés.

Así que clases amenas e interesantes con original control de asistencia, blog en la red, y trabajo final: Asignatura made in Perceval. Creo que no hay mejor descripción para las clases de los martes de 13.30 a 15 horas en el gélido chalet.
Laia Framis

Seguridad ciudadana vs población


Desde hace más de una década, el concepto de la seguridad ciudadana domina el debate sobre la lucha contra violencia y delincuencia en todo el mundo. La expresión está conectada con un enfoque preventivo y, hasta cierto grado, liberal a los problemas de violencia y delincuencia. El término pone énfasis en la protección de los ciudadanos y contrasta con el concepto de la seguridad nacional que dominaba el discurso público en décadas pasadas y que enfocaba más en la protección y la defensa del Estado.


Este concepto se refiere, por una parte, a una condición o un estado de un conjunto de seres humanos: a la ausencia de amenazas que ponen en peligro la seguridad de un conjunto de individuos. En ese sentido, el término tiene un significado normativo. Describe una situación ideal que probablemente es inexistente en cualquier lugar del mundo pero que funciona como un objetivo a perseguir, por ejemplo, define la seguridad ciudadana como “la condición personal, objetiva y subjetiva, de encontrarse libre de violencia o amenaza de violencia o despojo intencional por parte de otros.” Por otra parte, se refiere a políticas públicas encaminadas a acercar la situación real a la situación ideal, es decir, se refiere a políticas que apuntan hacia la eliminación de las amenazas de seguridad o hacia la protección de la población ante esas amenazas. En ese sentido, el término se refiere a prácticas sociales empíricamente existentes.


El cambio terminológico (de "seguridad nacional" a "seguridad ciudadana") sugiere que los Estados ahora protegieran la integridad física, el patrimonio y otros derechos individuales de todos los ciudadanos. Pero, desde un punto de vista empírico, las políticas gubernamentales de seguridad ciudadana en la mayoría de los países simplemente consisten en políticas más represivas - en vez de más enfocadas en los ciudadanos. Además, tienden a crear una diferencia entre los ciudadanos – que merecen protección – y grupos sociales de los cuales esos ciudadanos tienen que ser protegidos. Dependiendo de cada país, los grupos definidos como peligrosos para los ciudadanos pueden ser, por ejemplo, jóvenes de barrios populares, drogadictos, grupos étnicos o inmigrantes. Las personas pertenecientes a esos grupos se convierten, por lo tanto, en una especie de no-ciudadanos, porque implícitamente las políticas de seguridad ciudadana las excluyen. A esas personas el Estado no les brinde protección. Es más, en el contexto de las políticas de seguridad ciudadana muchas veces se irrespetan los derechos humanos o civiles de los que, al parecer, el Estado no los considera ciudadanos; y eso se justifica con la supuesta protección de los ciudadanos y el pueblo constituyente.

La imagen del sheriff que habla rudamente y que ingresa a la ciudad cabalgando para “limpiar la casa” y “no tomar a nadie como prisionero” es un tema popular en nuestra cultura. Pero la historia nos demuestra que siempre que una sociedad ha deseado ponerse seria respecto del crimen, no son la policía ni los políticos, sino el pueblo quien hace que eso ocurra.

Sandra Fontanet Carbó

Big Brother


Big Brother (conocido en castellano como Gran Hermano) es un personaje de la novela de George Orwell 1984. Big Brother tiene un carácter omnipresente y es el fundador del Partido que todo lo controla. Su existencia es enigmática, pues nunca llega a aparecer en persona ni a decirse su nombre real, pudiéndose tratar simplemente de una invención por parte del Partido para ser utilizada como arma propagandística e infundir a la población confianza a la vez que temor y respeto.


Para crear este personaje, Orwell se inspiró en líderes totalitarios caracterizados por infundir una política de miedo y de extremada reverencia hacia sus personas, tales como Stalin o Hitler, siendo en particular Stalin quien tiene más similitudes con el personaje de la novela. La presencia del Hermano Mayor o Gran Hermano es una constante a lo largo de toda la novela, apareciendo constantemente a través de las telepantallas en la fuerte propaganda del Partido y en enormes murales en cada rincón de la sociedad descrita por Orwell. Nadie conoce al "Hermano mayor" o Gran Hermano, y nadie sabe si realmente existe.


¿Podemos decir que actualmente nos vigila un Gran Hermano en la sociedad en la que vivimos? El nombre de este personaje es de uso frecuente para referirse a gobiernos autoritarios o que vigilan excesivamente a sus ciudadanos, así como al control sobre la información que éstos ejercen. También para referirse a personas u organizaciones que ejercen un control que se percibe como excesivo o peligroso o invasivo de la intimidad. Podríamos decir claramente que sí, estamos controlados a todas horas: DNI, tarjetas de créditos, teléfonos móviles, cámaras de seguridad y videovigilancia, conexiones a Internet y cosas que no podemos llegar ni a imaginar. Podemos considerar esta situación como una clara violación de la intimidad de los ciudadanos, pero al mismo tiempo una arma de seguridad hacía ellos mismos, pero ¿Hasta donde hace falta llegar para tener controlada a la población?

Sandra Fontanet Carbó

sábado, 2 de enero de 2010

Descargando intimidad. Faltan cinco minutos.

Imagen de Clay Bennett

Hacker: Del inglés hack, hachar. Dícese de una persona con grandes conocimientos en informática que los utiliza para acceder a un sistema protegido por puro reto personal, sin intentar causar daños.

Cracker: Persona que pone en práctica sus conocimientos en métodos hacking para realizar acciones delictivas.

Suelen haber turbulencias y los conceptos se mezclan. Tanto en los medios de comunicación como en la sociedad en general se tiende a utilizar únicamente el primer vocablo pero con la segunda definición. Pero los hackers no son “tan malos” como nos hacen creer. No se recrean destrozando discos duros con virus de todo tipo ni infectando redes. No colapsan servidores ni tiran abajo páginas web. Sólo son apasionados de la informática a los que les pica el gusanillo de la curiosidad…

Su filosofía no se basa en la destrucción. Queda clara la distinción, de acuerdo. Pero aún así, la intromisión que practican en ordenadores ajenos no es lícita. Como bien dice José María Perceval, esta infiltración atenta contra la libertad individual. La libertad y el derecho de cada uno de nosotros a poder tener todos los secretos que nos plazca apelotonados en cientos de carpetas cerradas bajo la llave de una contraseña de ocho dígitos.

El hacking puede ser útil, sí. Entre otras cosas, resulta un buen método para cazar delincuentes. Pero como en todo, debe existir un equilibrio, pues la intimidad no puede sacrificarse por la seguridad. Es evidente que si todos los cuerpos de policía tuvieran acceso directo a todos los ordenadores del mundo, se podrían evitar muchos asesinatos y casos de pederastia o de malos tratos. Pero quien entonces moriría sería la Libertad.

En Millenium, el hacking se presenta como la mejor herramienta para descubrir la verdad. Todos los personajes de los que Lisbeth Salander sospecha y a los que hackea el ordenador resultan ser malvados y perversos. Pero podría no haber sido así. Peter Teleborian podría haber sido un buen hombre al que, sin ser culpable de nada, le revisan el ordenador documento a documento.

Sólo al tener sólidas sospechas de que alguien es culpable de algo es cuando la policía debería actuar como hacker. Sólo de forma justificada y no arbitraria. O se practica el hacking en pequeñas dosis, o jaque mate a la libertad.


Blanca Mendiguren