domingo, 8 de noviembre de 2009

La chica a la que robaron su infancia


Al nacer, no nos dejan elegir cómo queremos ser. La apariencia y la personalidad de todo ser humano están determinadas por lo que en nuestros genes está escrito. Pero en nuestro proceso de formación, física y psíquica, también influye en gran medida la realidad que nos rodea.

Arisca, desconfiada, antisocial y vengativa. Lisbeth Salander no encaja exactamente con el prototipo de persona ejemplar cuya conducta es todo un modelo a seguir. Pero ¿cómo hacerlo si no recibió jamás una muestra de cariño? ¿Si pasó su infancia entera presenciando las palizas que su padre le propinaba sistemáticamente a su madre, y su adolescencia internada en un centro psiquiátrico dirigido por una panda de locos?

Ni es una demente asesina múltiple ni una lesbiana satánica. Lisbeth Salander simplemente es una chica que el mundo no se molestó en entender. Sus respuestas ofensivas, su actitud desafiante y sus impulsos violentos no son más que un mecanismo de defensa que tiene siempre activado para que nadie pueda, ni quiera, congeniar con ella. Congeniar significaría tener acceso directo a sus sentimientos. Y eso podría suponer volver a sufrir.

Si hubiera nacido en otra familia, quizás habría pasado una bonita infancia jugando con Pin y Pon o soñando con ser princesa, y ahora sería una ciudadana “normal”. Pero no, Lisbeth ha tenido que luchar mucho, hacerse a sí misma. En realidad no es más que una mujer encerrada en un cuerpo de niña que necesita dosis de amor, cariño y amistad, en abundancia y con urgencia.

Necesita romper de una vez por todas ese caparazón tras el que se esconde, no silenciar más sus sentimientos y dejarse querer por los que la aceptan tal y como es.


Blanca Mendiguren

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