domingo, 1 de noviembre de 2009

A la caza de la amenaza



-La he visto invocar al Diablo. Habla en una lengua extraña cuando está a solas, no sabría decirle cuál… Y entiende de magia. Tiene poderes, lo juro. Ayer me la crucé… se me quedó mirando fijamente. Pude notar el odio en sus ojos. Al día siguiente, mi hermana cayó enferma.

-No se preocupe. No hay lugar a dudas. Mañana arderá en la hoguera. Es una condenada bruja.


No hacían falta pruebas, sólo testigos. Unas cuantas palabras bastaban para que alguien acusado de practicar la brujería fuera devorado por el fuego ante la expectante mirada de cientos de curiosos. ¿Qué una vecina no te cae bien? Acúsala de ser bruja; ¿qué sus ideas no encajan con las del Catolicismo? Es una amenaza, seguro que es bruja; ¿qué no quiere acostarse contigo? Definitivamente, ¡la muy pérfida es bruja!


Motivos tan estúpidos como éstos causaron la muerte de miles de mujeres inocentes durante, e incluso mucho después, de la Edad Media. No podían defenderse, pues cualquier argumento que diesen podría ser interpretado como un intento de embrujar al juez con sus palabras envenenadas. Y lo más triste es que fue el poder, religioso y político, el que se aprovechó de la situación. El clero, mediante la Inquisición, lideró la batalla contra todos los herejes, consiguiendo sepultar sus cuerpos y también sus ideales, tan incómodos y difíciles de controlar.


Vaya, ¡qué paradoja! Todas aquellas mujeres, aquellas “brujas”, fueron asesinadas a sangre fría por el mismísimo Demonio.


Blanca Mendiguren

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