viernes, 6 de noviembre de 2009

Con estos colores, hasta la muerte


Toda obsesión es enfermiza. Se apodera de cada segundo de tu existencia ocupando hasta el último rincón de tu mente. Llega a convertirse en una creencia, en un ideal hacia el que orientas tu vida y al que te esfuerzas en defender con uñas y dientes. Te conviertes en un obseso, en un fanático, por mucha saliva que inviertas en negarlo. Fanático de las tardes de ases de picas, fichas y dados; o de conseguir llenar y llenar, sin que se rompa el saco.

Y es entonces cuando empiezas a desvariar, a dejar a un lado la cordura y todo pensamiento racional. Serías capaz de cualquier cosa para continuar con tu obsesión. Serías capaz de morir, obsesionado por el cuerpo diez para dejar de enfrentarte cada mañana con la báscula. O de matar, por un himno y unos colores. He aquí el fanatismo deportivo, futbolístico más concretamente, una buena muestra de lo peligroso de escoger los extremos.

Y es que ¿cuántos hinchas de un equipo han pegado palizas a los del contrario? ¿Cuánta gente ha muerto simplemente por vestir una camiseta u otra? ¿Cuántos insultos y peleas han sido la consecuencia de un partido perdido? Me cuesta entender ese grado de identificación con un equipo que en realidad está formado por jugadores de diferentes países del mundo que constantemente “cambian de bando”.

No hemos evolucionado tanto. El fútbol no es más que el nuevo entretenimiento, una de las nuevas obsesiones. El opio del pueblo. Lo que ahora es un estadio de fútbol antes era un circo romano. La diferencia es que ahora no se mata dentro del recinto, sino fuera. Somos más civilizados.

Blanca Mendiguren

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