lunes, 30 de noviembre de 2009

Seguridad... aterradora

Si no es la gripe A, son los violadores, los ladrones o los asesinos en serie. Siempre, siempre hay algo o alguien acechando dispuesto a hacernos daño. Por suerte para nosotros, también parece haber el mismo interés, por parte del Estado, por protegernos de todas estas y otras amenazas. La cárcel, vacunas, cámaras de seguridad e incluso indemnizaciones millonarias, en el caso de llegar demasiado tarde. Todo parece estar planificado a la perfección, cubriendo todos los flancos posibles. Aunque en la realidad, no todo es tan perfecto.

Todo es susceptible de ser mejorado. Podríamos contar con unas fuerzas del orden que impusieran más orden y que se ocuparan de lo que realmente preocupa a la población, podríamos tener unos políticos que defendieran lo que le importa de verdad a los ciudadanos, podríamos, entre todos, construir un mundo mejor. Stieg Larsson, en su trilogía Millenium, propone cambiar la sociedad sueca mediante una intromisión del Estado en la esfera privada de las personas. El Estado protegería al ciudadano de todo aquello que pudiera dañarlo, incluso de sí mismo: de los políticos corruptos, de los funcionarios perversos o de los servicios públicos que no cumplen con su cometido. ¿El precio a pagar? Una exposición de la intimidad a la que no todos estarían dispuestos.

El caso sueco puede aplicarse a cualquier país. Al fin y al cabo, en todas partes hay polvo que barrer. Sin embargo, ¿es la que propone Larsson la forma más eficaz de proceder? ¿La intimidad del ciudadano ha de sacrificarse hasta el extremo para garantizar su propia seguridad? ¿Y en qué manos dejaremos toda esa información? Si el Estado es corrupto, no es el mejor candidato. Y, en cuanto a las instituciones privadas, seguramente deberían hacer frente a chantajes, sobornos o incluso amenazas de partes interesadas en hacerse con datos tan valiosos. Por supuesto, la seguridad de las personas debería ser un asunto primordial en el Estado, pero no creo que deba conseguirse a toda costa, utilizando cualquier medio posible, vulnerando incluso los derechos de los propios ciudadanos. Una seguridad así resultaría aterradora.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Hacia una intimidad... ¿pública?

Nos vigilan. A todas horas. En la calle, en el metro, en el banco, en la biblioteca o en la perfumería. Decenas de cámaras quietas y silenciosas graban cada uno de nuestros movimientos sin que nos demos ni cuenta. Se quedan con nuestro cuerpo convertido en imagen. Es necesario, nuestra seguridad depende de ello. Así se evitan atracos, violaciones y robos. Digamos que uno se lo piensa dos veces antes de delinquir.

Aunque, por suerte, nuestra voz sigue siendo sólo nuestra. Pero… ¿y si algún día deja de serlo? ¿Y si llega el día en el que la policía pueda grabar nuestras conversaciones telefónicas cuando lo considere oportuno en pro de la seguridad y sin necesidad de orden judicial? ¿Y si además pudiera entrar en el corazón de nuestros ordenadores para hurgar entre las montañas de carpetas? Nos volveríamos paranoicos, maníaco-obsesivos. Pensaríamos que ahora, en este mismo momento, alguien podría estar enterándose de nuestros más ocultos secretos. No nos atreveríamos a hablar por teléfono de nada interesante y desearíamos que cada e-mail enviado se autodestruyera cinco segundos después de haber sido leído.

No. El Estado de Derecho no puede adentrarse a espadazos en la intimidad de sus ciudadanos. No puede disfrazarse de Lisbeth Salander e infiltrarse en la privacidad de cualquiera motivado por una simple sospecha. De ser así, el ejército de la corrupción hincharía sus filas con nuevos reclutas, pues el chantaje se convertiría en un hábito. La práctica del “sé tal cosa sobre ti, dame tanto y callo” sería el nuevo hobby, que en lugar de protección traería consigo más inseguridad y desconfianza.

El Estado ha de luchar con todas sus energías para dar caza a la delincuencia y al terrorismo, pero no a cualquier precio. El fin, NO justifica los medios. Para salvar nuestras vidas no hay que pasar por la guillotina nuestros derechos y libertades.

Blanca Mendiguren

sábado, 28 de noviembre de 2009

Lisbeth Salander

Independiente. Violenta. Víctima. Inexpresiva. Heroína. Bisexual. Libre. Personaje de cómico. Oscura. Masculina. Asocial. Superviviente. Idealista. Andrógena. Leal. Ética. Perturbada. Sensible. Traumatizada. Luchadora. Sacrificada. Mordaz. Rencorosa. Analista. Inteligente. Inflexible. Rara. Prudente. Íntegra. Autodidacta. Reservada. Hija del caos. Moral. Justiciera. Auténtica. Superdotada. Nada empática. Ciega emocional. Inadaptada. Indiferente. Individualista. Inmoral. Maltratada. Atractiva. Entrañable. Acorazada. Extraña. Misteriosa. Justiciera. Superviviente. Activista. Comprometida. Resiliente. Eficaz. Cerrada. Introvertida. Huidiza. Transgresora. Rara. Punki. Menuda. Inflexible. Incomprendida. Racional. Temida. Salvaje. Brillante. Solitaria. Ávida. Rebelde. Raquítica. Ingeniosa. Feminista. Fuerte. Rápida. Desconfiada.

Lisbeth Salander es lo que en inglés se define como un “meeting pot”. Una mezcla tan variada, completa y perfecta que resulta casi imposible distinguir sus ingredientes.
Se ha dicho que a Lisbeth Salander se la ama o se la odia. Quizá. Pero creo que, para decidir, primero deberíamos entenderla.

Laia Framis

martes, 17 de noviembre de 2009

El maravilloso espectáculo del fútbol

Siempre lo mismo. Al día siguiente de un partido de fútbol (normalmente) aparece una noticia en televisión explicando alguna clase de altercado violento entre los hinchas. Todas las aficiones de este país, e incluso me atrevería a decir del mundo, tienen una forma extraña de celebrar el triunfo de sus equipos. Sus celebraciones más habituales son palizas, insultos, navajazos y así, hasta un repertorio completo de actos violentos.

Lo más triste es que siempre acaba pagándolo algún “desgraciado” que ha ido a disfrutar de una tarde de fútbol y termina la jornada en la camilla de algún hospital. No creo que sea justo tampoco culpar al equipo en sí ni a sus seguidores, ya que creo que aquellos que se refugian en el fútbol ( normalmente es el deporte donde más veces se suelen dar los casos), ni siquiera les gusta el fútbol e incluso creo que no serían capaces de recordar más de cinco nombres de los jugadores de su equipo. Estas son personas que se refugian en el interior de la celebración de las masas para poder convertirse en el Mister Hyde que en su vida diaria no saca. Y es que no entiendo como estos acontecimientos suelen ocurrir casi siempre en encuentros futbolísticos, es más, el 95% de los partidos se ha saldado con algún tipo de incidentes.

De todas formas es conveniente que el problema no es del deporte en sí, ni en las personas que les gusta y acuden a sus espectáculos, ya que esto es una forma de ocio y de entretenimiento. El problema está en aquellos que utilizan los espectáculos deportivos para poder esconderse entre las masas de gente y desde allí atacar violentamente contra cualquiera, solo por el deseo de practicar la violencia pura.

Sandra Fontanet

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Salander, marca registrada

Salander es la anti-efectiva, quiere poco y se deja querer menos. No es que no tenga corazón (porqué de tenerlo lo tiene, esto está seguro), sino que más bien no sabe utilizarlo y es por eso que teme acercarse a los que le prestan atención. Pertenece a ese grupo de personas a las que la vida les ha tratado peor que mal y, por consecuencia, no ha levantado cabeza por mucho que se muestre salvaje, feroz, fuerte y valiente. La pequeña hacker no teme a los mafiosos, a los ladrones ni a la soledad, pero sin embargo teme a los sentimientos y se horroriza ante la idea de sentirse apreciada o, lo que es peor, apreciar. Salander es un trozo de hielo que arde por dentro, un golpe de piedra, lo que nadie nunca quisiera ser.

Lisbeth es el odio y el resentimiento personificado hacia todos aquellos que abusan, infravaloran y condenan a las mujeres. Lapida con la mirada a todos los que cree sospechosos de tirar la piedra y esconder la mano, les descubre y les hace sufrir sus respectivos actos multiplicándolos por mil. Y es que ningún lector creo que quisiera ser su enemigo o pasar por alguno de sus castigos después de ver como acabó la barriga de Bjurman.

Aún así lo que me transmite la misteriosa Salander es algo ambiguo, contradictorio. Por una parte me da pena y siento lástima por ella, pero por otro lado la admiro: vive la vida a su manera.


Laura Casals

domingo, 8 de noviembre de 2009

La heroína que pesaba 42 kilos

Hacker, menuda, rebelde, andrógina, bisexual, feminista, inadaptada y vengativa, además de todo un auténtico fenómeno de masas. Ha conquistado a millones de lectores en todo el mundo y es para muchos el principal atractivo de la trilogía Millenium. Con un carácter violento y una escasa habilidad para relacionarse con los demás, la particular heroína de Stieg Larsson cuenta con un nutrido séquito de admiradores deseosos de acompañarla en sus aventuras. ¿Qué tendrá Lisbeth Salander?



La solitaria investigadora de Milton Security está inspirada, tal y como afirma su creador, en Pippi Calzaslargas, el popular personaje creado por Astrid Lindgren. Ambas son rebeldes y extravagantes, viven aisladas de la sociedad que las rodea y cuentan con un código moral y de conducta propio. Kurdo Baksi, el amigo del alma de Stieg Larsson, señala que Salander es como Pippi, “pero con una parte de Madre Teresa y otra de guerrillero kurdo”.

Llena de piercings, tatuajes y con un armario repleto de pantalones pitillo negros, Lisbeth actúa como una suerte de justiciera, castigando a aquellos hombres que no aman a las mujeres. Delgada, pero no frágil, es una feminista vengativa, una víctima no victimista, que, en palabras de su autor, tiene “el cuerpo de una mujer con la fuerza de un hombre”. Valiente y decidida, es capaz de hacer cualquier cosa para defenderse de aquellos que tratan de herirla, sin pararse a pensar demasiado en las consecuencias que sus actos puedan acarrear. Lisbeth no necesita a príncipes azules que la rescaten. Sus agallas y sus 42 kilos de peso le bastan.

La chica a la que robaron su infancia


Al nacer, no nos dejan elegir cómo queremos ser. La apariencia y la personalidad de todo ser humano están determinadas por lo que en nuestros genes está escrito. Pero en nuestro proceso de formación, física y psíquica, también influye en gran medida la realidad que nos rodea.

Arisca, desconfiada, antisocial y vengativa. Lisbeth Salander no encaja exactamente con el prototipo de persona ejemplar cuya conducta es todo un modelo a seguir. Pero ¿cómo hacerlo si no recibió jamás una muestra de cariño? ¿Si pasó su infancia entera presenciando las palizas que su padre le propinaba sistemáticamente a su madre, y su adolescencia internada en un centro psiquiátrico dirigido por una panda de locos?

Ni es una demente asesina múltiple ni una lesbiana satánica. Lisbeth Salander simplemente es una chica que el mundo no se molestó en entender. Sus respuestas ofensivas, su actitud desafiante y sus impulsos violentos no son más que un mecanismo de defensa que tiene siempre activado para que nadie pueda, ni quiera, congeniar con ella. Congeniar significaría tener acceso directo a sus sentimientos. Y eso podría suponer volver a sufrir.

Si hubiera nacido en otra familia, quizás habría pasado una bonita infancia jugando con Pin y Pon o soñando con ser princesa, y ahora sería una ciudadana “normal”. Pero no, Lisbeth ha tenido que luchar mucho, hacerse a sí misma. En realidad no es más que una mujer encerrada en un cuerpo de niña que necesita dosis de amor, cariño y amistad, en abundancia y con urgencia.

Necesita romper de una vez por todas ese caparazón tras el que se esconde, no silenciar más sus sentimientos y dejarse querer por los que la aceptan tal y como es.


Blanca Mendiguren

sábado, 7 de noviembre de 2009

Espectacularmente violento

He matado a un compañero de trabajo mientras escuchaba Phil Collins. He comido brochetas de champiñones y mejillas humanas en medio del bosque. He acabado con aquellos que me traicionaron. He pegado a desconocidos en peleas clandestinas. Y no siento ni un ápice de arrepentimiento.


Es un hecho. Bueno o malo, pero inevitable. La violencia es inherente al ser humano. Y el cine nos la presenta como un espectáculo: ¿la está banalizando o nos ayuda a canalizarla? En mi humilde y pacífica opinión, el cine nos brinda la oportunidad de sufrir en la piel de las víctimas y experimentar el horror de la mano de aquellos que la ejercen. Damos salida a nuestros instintos, experimentamos a través de los personajes, viviendo situaciones con las que, probablemente, nunca llegaremos a encontrarnos en nuestra vida cotidiana.

Y es que necesitamos la violencia, y el cine es un excelente mecanismo para sentirla, aunque no sea de una forma totalmente real. Gracias al séptimo arte, podemos dejar de ser nosotros para convertirnos en psicópatas asesinos, caníbales refinados, extorsionadores sin escrúpulos o agresivos esquizofrénicos…siempre y cuando sólo sea durante un par de horas.

Futbol vs arbitraje

En la escuela oficial de árbitros:

-Buenas tardes. Venía a preguntar cómo puedo inscribirme.
-Perfecto. Un momento, que aviso a mi compañero. Miqueeeeel! Ven a coger los datos de este hijo de puta!
-¿Disculpe? Yo no soy ningún hijo de puta!
-Nada, nada, Miquel. No hace falta que vengas, que este no sirve para árbitro…


No es solamente un chiste. Es la cruda realidad. Hace poco tomaba un café con un amigo que hace años que es árbitro de futbol, y me comentó que lo dejaba. Pregunta obligada: ¿Por qué? - Los chavales me encantan, sienten el deporte, pero estoy harto de los padres, me dijo.

Lamentable. Y es que lo decía en serio.

Todos sabemos el trato que recibe el árbitro en un campo de futbol. La violencia y el estrés se palpan en el ambiente. Las agresiones, mayor pero no únicamente verbales, ya se consideran tradición. El árbitro, juez frecuentemente convertido en verdugo sin quererlo, es insultado, amenazado e incluso agredido, asumiendo un protagonismo que no busca.

Qué pensarían de alguien que explicara a su hijo que puede robar si no le ven? Se horrorizarían, verdad? Pues plantéense cual es la diferencia entre esto y que un jugador sea aclamado por un estadio después de marcar un gol con la mano cuando el árbitro no está atento. El fin, que en este caso es ganar, nunca justifica los medios.

Las situaciones que se dan en los campos de futbol amateur son, demasiado frecuentemente, lamentables. Padres, hermanos y amigos insultan al árbitro desde las gradas cuando este amonesta a un chaval que ha pateado a otro, o cualquiera otra chorrada. No hacen falta excusas.

Considero que el deporte debería ser bandera de los grandes valores que dan sentido a la vida, entre ellos el respeto y la solidaridad, y que deberíamos educar a nuestros hijos con la palabra. Al fin y al cabo, ellos son nuestro reflejo, y si los adultos tenemos este comportamiento ¿qué futuro nos espera?


Laia Framis Amatllé

violencia deportiva

Competir y luchar y luchar para competir, e aquí una de las dinámicas que pervive des del inicio de los tiempos. Desde siempre los humanos hemos intentado ser mejores que los que nos rodean por varios motivos, entre los cuales encontramos la supervivencia o el “simple” afán de demostrar el grado de superioridad sobre los otros. Y ya no nos basta combatir para ganarnos el pan, ahora también nos enfrontamos por vicio. Por vicio y por ocio, aunque muchas veces estos acaben siendo lo mismo.

Algo tan natural como el deporte se ha convertido en un escenario ideal para que muchos colectivos compitan más allá de lo permitido. Aunque no es nada comparable la “guerra” entre los adversarios de la de sus fieles seguidores, rivales contrincantes. Mientras unos compiten en el terreno de juego, muchos otros pelean desde las gradas o desde sus casas. Se sienten los colores y se extrapola a otros campos, se añade la historia, la política, el patriotismo y se alzan banderas. El blanco se convierte en facha, si no eres del Barça ya no eres buen catalán y si no defiendes tu selección (como si todo el mundo tuviera que tenerla) no mereces vivir donde vives. Y mientras los que, hipnotizados (según mi opinión), guerrean hasta el final para defender los colores, otros sudan camisetas a cambio de fortunas inimaginables. A mí eso si me violenta y me hace subir los colores.

Laura Casals

viernes, 6 de noviembre de 2009

Con estos colores, hasta la muerte


Toda obsesión es enfermiza. Se apodera de cada segundo de tu existencia ocupando hasta el último rincón de tu mente. Llega a convertirse en una creencia, en un ideal hacia el que orientas tu vida y al que te esfuerzas en defender con uñas y dientes. Te conviertes en un obseso, en un fanático, por mucha saliva que inviertas en negarlo. Fanático de las tardes de ases de picas, fichas y dados; o de conseguir llenar y llenar, sin que se rompa el saco.

Y es entonces cuando empiezas a desvariar, a dejar a un lado la cordura y todo pensamiento racional. Serías capaz de cualquier cosa para continuar con tu obsesión. Serías capaz de morir, obsesionado por el cuerpo diez para dejar de enfrentarte cada mañana con la báscula. O de matar, por un himno y unos colores. He aquí el fanatismo deportivo, futbolístico más concretamente, una buena muestra de lo peligroso de escoger los extremos.

Y es que ¿cuántos hinchas de un equipo han pegado palizas a los del contrario? ¿Cuánta gente ha muerto simplemente por vestir una camiseta u otra? ¿Cuántos insultos y peleas han sido la consecuencia de un partido perdido? Me cuesta entender ese grado de identificación con un equipo que en realidad está formado por jugadores de diferentes países del mundo que constantemente “cambian de bando”.

No hemos evolucionado tanto. El fútbol no es más que el nuevo entretenimiento, una de las nuevas obsesiones. El opio del pueblo. Lo que ahora es un estadio de fútbol antes era un circo romano. La diferencia es que ahora no se mata dentro del recinto, sino fuera. Somos más civilizados.

Blanca Mendiguren

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cada 18'' una mujer es maltratada en algún lugar del mundo.


En 2008 se produjeron 102.363 denuncias de malos tratos (74.000 físicos y 24.000 psíquicos), se realizaron 109.906 atestados policiales y se dictaron 41.439 Órdenes de Protección. Lamentable. Penoso. Y eso no es todo.

En los últimos años, las estadísticas Españolas muestran un aumento en los maltratos de las mujeres; no se sabe si es debido a que en los últimos años verdaderamente ha habido más violencia de género en España, si es debido a que la denuncia del maltrato está socialmente más aceptada, o que es más fácil coleccionar este tipo de datos. Pero, ¿qué más da? Los informativos nos devuelven casi diariamente a la realidad: cada 18 segundos una mujer es maltratada en algún lugar del mundo.

La violencia doméstica no es, sin duda alguna, un problema social surgido en la contemporaneidad. Es bien sabido, que su practica estuvo legitimada hasta el fin del franquismo, cuando el Código Civil derogó la potestad conyugal que autorizaba al marido a corregir a la esposa y la obligaba a obedecerle. Aun así, los maltratos conservaron su consideración de fenómeno privado, algo que desgraciadamente sucede en algunos hogares pero que forma parte de la vida privada de las parejas y en lo que, por tanto, no hay que intervenir.

Afortunadamente, las estadísticas de los últimos años manifiestan la imposibilidad de negar la existencia de este grave problema social, que va mucho más allá del concepto de “disputas familiares” y que afecta profundamente las bases de la convivencia entre hombres y mujeres. Y es que para nada se trata de discusiones conyugales, sino de substratos alimentados con falsas creencias sobre el significado de masculinidad, y de la superioridad “natural” de los unos sobre las otras que impone la sociedad patriarcal en que aun vivimos.

En conclusión, pienso que la violencia de género es un problema que ha existido a lo largo de la historia, pero que ahora, por fin, empieza a tomar la relevancia que merece en las políticas de estado (penales, psicológicas, educativas, …) y también en los medios de comunicación. Por ese motivo –visibilidad!-, vemos que cada año aumentan las denuncias. Los casos, lo dudo.
Laia Framis Amatllé

martes, 3 de noviembre de 2009

Martirio legal


Seguramente nadie es capaz de recordar el numero de veces que se ha tenido contacto con la tortura, con mas o menos violencia, con mas o menos implicación en los hechos. Me explico: todos hemos visto decenas de películas en las que por alguna razón u otra se acaba viendo una situación violenta relacionada directa o indirectamente con el acto de la tortura. Todos hemos "torturado" a nuestros hermanos haciéndoles claudicar y pedir nuestro perdón reconociendo nuestra supremacía y cediéndonos el "poder" de cualquier objeto que consideramos nuestro.

La tortura ha sido una practica curiosa, a la vez que macabra, y ha tenido una importancia esencial a lo largo de toda la Edad Media. Por suerte, la tortura finalizó en el siglo XVIII, no obstante todavía sigue vigente en algunos países y en determinadas circunstancias. Por poner algún ejemplo contemporáneo, todos conocemos algunos casos de tortura en Guantánamo, en diversas cárceles sudamericanas, en algunos países centroafricanos o, simplemente, en situaciones en las que se necesita obtener información a cualquier precio. El clímax de la evolución de los métodos e instrumentos de tortura apareció con la Santa Inquisición. No me imagino como alguien puede llegar a inventar tales instrumentos y métodos tan macabros de torturar a las personas como los que se utilizaron durante el periodo de la Inquisición.

La doncella de Hierro era una especie de sarcófago provista de estacas metálicas muy afiladas en su interior, de este modo, a medida que se iba cerrando se clavaban en la carne del cuerpo de la víctima que se encontraba dentro, provocándole una muerte lenta y agónica. El potro, es un instrumento de tortura en el que la víctima, atada de pies y manos con unas cuerdas o cintas de cuero, a los dos extremos de este aparato, era estirada lentamente produciéndole la luxación de todas las articulaciones. Este método, se tiene constancia que se aplicó durante todo el período que duró la Inquisición en los países de Francia y Alemania. La Doncella de Hierro o el Potro son sólo dos de los numerosos instrumentos macabros que causaron tanto dolor y agonía a miles de personas considerados herejes, putas, brujas o homosexuales. La tortura existe desde el inicio de los tiempos y desafortunadamente sigue existiendo, solo que hay que quitarse la venda, abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor.


Sandra Fontanet

De género, Violencia

Había bebido, se puso nervioso, vestía apretado, tenía demasiados amigos y cien excusas más para intentar justificar lo intolerable, lo inmoral, irracional e inaceptable. La violencia de género es noticia cada día aunque no sea un hecho nuevo ni reciente.

Desde siempre aquel que tiene más fuerza ha tendido a mandar sobre el más débil (e aquí una de las leyes no escritas de la selva), aunque otros varios aspectos, digamos no-naturales, han contribuido en remarcar las diferencias entre, por ejemplo, el hombre y la mujer. Sin embargo desde hace pocos años el hecho ha pasado a ser “actual” mediáticamente hablando, sobretodo si la agresión acaba con alguna víctima mortal. Algunos comentan que “es que ahora las mujeres hacen más lo que les da la gana, y así el mundo no puede funcionar”, otros se lamentan y protestan en contra de tales aberraciones, sin embargo otra gran parte de la población ignora el televisor cuando en los informativos se anuncia el delito. La gente se insensibiliza con lo cotidiano, lo que extrañamente ha pasado a ser “normal” ya no se recibe con tanta atención.

Afortunadamente y paralelamente a todo esto el número de denuncias por parte de las víctimas también ha ido en aumento. Ya no solo las más feministas se revelan, sino que cada vez una mayor parte de ellas delatan al maltratador. Sin embargo aún no es suficiente, se necesita un cambio global en la forma de ver las relaciones entre mujeres y hombres, un cuestionamiento de los roles sociales y estereotipos. Estos cambios deben partir de las personas adultas con el objetivo de que se transmitan eficazmente a los más pequeños. Para darle final des del principio.
Laura Casals

lunes, 2 de noviembre de 2009

La maté porque era mía


Enciendes el televisor y siempre lo mismo. Otra víctima de violencia de género. Un hombre que ha matado a su mujer o a su novia porque ella no quiere estar más con él. Un maltratador no necesita más motivos para matar a su pareja. O también está el típico hombre que llega borracho a casa y le da una paliza a su mujer porque sí, porque ella es de su propiedad y punto.

Desgraciadamente, cada día se dan más casos de violencia de género. Aunque también es verdad que sólo conocemos lo que los medios de comunicación nos dan a conocer porque muchas mujeres sufren en silencio los maltratos de sus parejas diariamente. Precisamente, el miedo a que sus parejas puedan llegar a matarlas hace que no denuncien la situación por la que están pasando y prefieren seguir siendo maltratadas e intentar esconder bajo maquillaje moratones y golpes.

No sabría decir exactamente si la violencia de género ha aumentado con los años o no.
Pero lo que sí puedo asegurar es que hace unos cuarenta años atrás lo más normal del mundo era que los hombres dieran una bofetada de vez en cuando a sus mujeres por el simple hecho de “mantenerlas a raya”. Las mujeres callaban y aceptaban, sumisas, los “toques de atención” de sus maridos porque era visto como algo normal y todas las conocidas aguantaban lo mismo. Eso si, parece ser que durante aquellos años los maridos no asesinaban a sus mujeres. Les daban una bofetada de vez en cuando pero no las acababan matando. Hoy en día encontramos dos casos completamente opuestos: las mujeres que cuando a la mínima de percibir violencia de género acuden de inmediato a las autoridades para detener desde raíz el maltrato; o, como hemos dicho anteriormente las mujeres que se callan y sufren en silencio.

Gracias a dios las mujeres han sabido revelarse y poner solución a este problema que cada año se cobra tantas vidas. Pero para que esto pudiera ser completamente perfecto faltaría que ese porcentaje de mujeres que continúan sufriendo los malos tratos tuvieran el valor de denunciar a sus maltratadores.

Sandra Fontanet

domingo, 1 de noviembre de 2009

Odiar desde las gradas

Dicen que odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia. Es posible, pero yo creo que todos necesitamos odiar a alguien, aunque sólo sea un poco. Al vecino de arriba que arrastra los muebles los domingos por la mañana. A las ancianas que taponan las aceras y nos impiden el paso. A los que no son como nosotros, porque no son como nosotros. Si tuviéramos que obedecer a nuestros instintos cada vez que alguien perturba nuestra calma, seguramente a estas alturas poca gente conservaría todas sus piezas dentales.

La violencia es inherente al ser humano, forma parte de nuestra naturaleza. Pero, como queremos ser ciudadanos cívicos, debemos aprender a canalizarla. Debemos proyectar nuestra agresividad innata de una forma ordenada, organizada, satisfaciendo nuestros instintos sin acabar demasiado malparados. Y si podemos divertirnos y / o emborracharnos al mismo tiempo, mejor que mejor.


En este sentido, el deporte cumple una importante función social. Nos permite odiar al otro sin demasiadas consecuencias (aunque siempre hay excepciones) y canaliza nuestros más bajos instintos de una forma civilizada. Con el deporte podemos enfrentarnos a nuestros enemigos, pero de una forma menos directa y nociva que si lo hiciéramos personalmente. Al fin y al cabo, no somos más que animales violentos. Animales violentos que juegan a fútbol.

A la caza de la amenaza



-La he visto invocar al Diablo. Habla en una lengua extraña cuando está a solas, no sabría decirle cuál… Y entiende de magia. Tiene poderes, lo juro. Ayer me la crucé… se me quedó mirando fijamente. Pude notar el odio en sus ojos. Al día siguiente, mi hermana cayó enferma.

-No se preocupe. No hay lugar a dudas. Mañana arderá en la hoguera. Es una condenada bruja.


No hacían falta pruebas, sólo testigos. Unas cuantas palabras bastaban para que alguien acusado de practicar la brujería fuera devorado por el fuego ante la expectante mirada de cientos de curiosos. ¿Qué una vecina no te cae bien? Acúsala de ser bruja; ¿qué sus ideas no encajan con las del Catolicismo? Es una amenaza, seguro que es bruja; ¿qué no quiere acostarse contigo? Definitivamente, ¡la muy pérfida es bruja!


Motivos tan estúpidos como éstos causaron la muerte de miles de mujeres inocentes durante, e incluso mucho después, de la Edad Media. No podían defenderse, pues cualquier argumento que diesen podría ser interpretado como un intento de embrujar al juez con sus palabras envenenadas. Y lo más triste es que fue el poder, religioso y político, el que se aprovechó de la situación. El clero, mediante la Inquisición, lideró la batalla contra todos los herejes, consiguiendo sepultar sus cuerpos y también sus ideales, tan incómodos y difíciles de controlar.


Vaya, ¡qué paradoja! Todas aquellas mujeres, aquellas “brujas”, fueron asesinadas a sangre fría por el mismísimo Demonio.


Blanca Mendiguren